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Los niños no se vuelven buenas personas cuando los castigamos

Actualizado: 24 mar 2022


¿Alguna vez te has cuestionado seriamente cuál es el propósito de castigar a los niños? Es muy probable que a tu mente venga la frase que siempre nos dijeron en nuestra infancia “Cuando seas grande me lo agradecerás”. ¿Tú le agradeces a tu padre haberte castigado en alguna ocasión? Es probable que no, mucho menos en ese momento. Estabas lleno de cólera y te sentías impotente. El castigo es un método empleado para detener los comportamientos peligrosos o no deseados efectuados por los niños. La estrategia consiste en retirar a los niños de aquellas actividades que él considera gratificantes o entretenidas, pero que en realidad repercuten negativamente hacia los demás.


Un ejemplo de una actividad que al niño le puede parecer divertida pero es muy negativa para otra persona se da cuando le jala el cabello a su hermano o hermana. En ese momento, el castigo funge como mediador en tanto se busca hacer entender al niño que la acción que éste está realizando no es buena, sino que está lastimando a otra persona. Sin embargo, la estrategia de “quitarle el habla” o mandarlo a un rincón a que reflexione sobre sus acciones, de hecho es una estrategia antigua que fue inventada con otro propósito.


El origen detrás de la famosa “silla de pensar”


La silla de pensar fue inventada con el propósito de hacer que los padres piensen. ¿Te suena familiar la expresión de “en mis tiempos un par de correazos solucionaban todo”? Bueno, esto se debe a que antiguamente, los padres tendían a solucionar todo mediante golpes. Incluso en las escuelas estaba permitido golpear a los niños para disciplinarlos. Estos golpes no solo causaban dolor físico sino que ocasionaban miedo y desconfianza hacia los demás, que será el sello que marca sus relaciones: Dificultad para tener relaciones sanas y, en su lugar, llenas de desconfianza, dependencia, sumisión, agresividad, depresión y baja autoestima.


Es entonces que surge la famosa teoría de la silla para pensar como estrategia válida para castigar a los niños, aislarlos del entorno y hacer que piensen en sus acciones… cuando lo cierto es que esta metodología lo que buscaba era que el padre se separe del hijo para calmar su propia ira. Al final, el que terminaba pensando era el padre y el efecto que se buscaba generar era apaciguar el impulso que podría detonar en una agresión física hacia el menor.


Actualmente, esta estrategia puede ser dejada de lado si la acción del hijo no altera ni impacienta al padre. Al respecto, lo que se puede hacer es mantener una comunicación asertiva con el pequeño haciéndole entender por qué sus acciones han sido incorrectas, estableciendo límites y ayudando a que el pequeño empiece a entender las dinámicas sociales y, sobre todo, que vaya generando poco a poco resiliencia emocional.


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